Está ahí. Indudablemente es él. La cara benévola. La cabellera negra. Esos ojos oscuros, de mirada profunda.
Va renqueando. Está herido. Lleva una pierna rota. Su brazo se balancea cual péndulo mientras un soldado, pistola al ristre, lo arrastra entre los pegajosos charcos de sangre que se escurren por los escalones de concreto.
Es un juez, uno de los más prestigiosos de Colombia, un tipo que ha estudiado en París, Estocolmo y Washington D.C., antes de procrear cuatro hijas perfectas. En el video, extraviado durante largo tiempo, el hombre, al parecer, ha sobrevivido a la matanza de 120 personas, en medio del asalto de los rebeldes Comunistas a la corte suprema de Bogotá, donde el ejército contraatacó en un intento de detenerlos.
Pero el cadáver de Carlos Horacio Urán, destrozado y acribillado por las balas, llegó a la morgue poco después de uno de los ataques terroristas más letales del hemisferio occidental, en Noviembre de 1985. Su familia creía que había sido alcanzado en medio del intercambio de disparos.
Ahora, tres décadas más tarde, queda claro que fue torturado dentro del salón y luego asesinado de un disparo a quemarropa con una bala de 9-mm, a manos del mismo militar que estaba supuesto a protegerlo. Sin embargo, nadie ha sido castigado por la matanza de este padre y maestro.
Hace tan solo un mes que, por segunda ocasión, un fiscal rebajó la condena a los generales responsables de asesinato de Urán. Décadas de evidencia irrefutable desde Miami hasta Brasilia (incluyendo una billetera escondida con un hueco de bala, el testimonio secreto de la amante de Pablo Escobar y las mentiras de los fiscales) revelan la monumental corrupción Colombiana y la prodigiosa hipocresía Americana.
La historia guarda un significado especial ahora que ambos bandos de una guerra civil que ha cegado la vida de 220,000 (entre ellos parientes de decenas de miamenses) han acordado acabar el conflicto. De ser firmado el tratado de paz en Marzo próximo, la justicia, para muchos, incluyendo a la familia de Urán, se convertirá más bien en una estafa.
"¿Por qué lo asesinaron?, se pregunta Ana María Bidegain, la brillante y tenaz esposa de Urán y profesora de estudios religiosos en la Universidad Internacional de la Florida. "Él era un hombre honesto, religioso, un héroe", recuerda con ojos llorosos. "¿Cómo es que estos militares pueden salirse con la suya?"
Carlos Horacio Urán nació en 1948 en Angelópolis, como a 30 millas de Medellín. El séptimo de doce niños. Su padre era ejecutivo en una minera de carbón y su madre una maestra. Según cuenta la esposa de Urán, "en gran medida, la responsable de que él estudiara". El muchacho se licenció en Derecho en la Universidad de Antioquía y se convirtió en un líder dentro de la vida política el campus.
Corría el final de los años sesenta, un periodo de activismo convulso tanto en Estados Unidos como en Colombia. Cuando el gobierno de su país tomó un préstamo a fin de saldar la deuda nacional, Urán, en oposición, organizó una huelga estudiantil que condujo a su arresto. La policía le exigió delatar a los demás comunistas que habían participado en el movimiento, a lo que él se negó. ("Él no era Comunista, pero era un hombre de moral", dice Ana.)
La reacción no se hizo esperar. El chico de pelo ondulado y sonrisa contagiosa fue expulsado ese año, el mismo año en que estaba supuesto a graduarse. Urán se marchó del país hacia Europa donde pasó a presidir un grupo estudiantil asociado a la Teología de la Liberación, una corriente Católica disidente que pretende ayudar a los pobres y reformar la engrandecida iglesia. Viajó a Suecia, Alemania e Italia antes de regresar a Suramérica, donde pudo finalizar su carrera en una universidad de Montevideo, Uruguay.
Fue allí donde conoció a Ana, una muchacha esbelta y preciosa, cinco años menor que él. "Tocaba guitarra maravillosamente y cantaba, era feliz y un excelente conversador", dice ella medio siglo después, con lágrimas brotando de sus ojos. "¿Qué chica no caería ante eso?".
Se casaron pronto. Ambos, extremadamente brillantes. A ella la aceptaron para estudiar en Bélgica, mientras que él obtuvo dos maestrías de la Sorbona de París, para luego realizar un internado en el Tribunal Supremo francés. Para ese entonces, ya tenían dos hijas, Anahí y Elena. A las que más tarde se añadiría otro par, Xiomara y Mairee.
La guerra civil de Colombia se intensificó. Nació el M19, un movimiento comunista. Mientras los capos de la droga como Pablo Escobar hacían de los tribunales del país una burla, las batallas ardían desde la playa hasta la jungla y los cadáveres se iban apilando.
Al regreso de Carlos y Ana a Bogotá en 1979, él empezó a trabajar como fiscal en la corte del Consejo Nacional. Era un campo político minado. Los jueces atendían la legión de quejas presentadas contra el gobierno; al parecer, todos se querellaban ante los abusos y sobornos militares. Sin embargo Carlos, quien en repetidas ocasiones mostró su brillantez en materia legal, pronto se ganó el respeto de todos, por lo que fue nombrado juez auxiliar. Después del Tribunal Supremo, era él quien gobernaba el crisol más poderoso de la justicia en la región.
Colombia se sumía en el caos, impulsado por las exhorbitantes cantidades de dinero provenientes de la compraventa de cocaína en Estados Unidos. Los espías norteamericanos batallaban contra los capos de la droga, mientras que la milicia colombiana se disputaba el poder con los Comunistas tras el golpe de Estado. Hasta las montañas se amotinaban. Justo antes del ataque al Palacio de Justicia, que albergaba también la Corte Suprema, el Volcán Nevado del Ruiz recobró vida.
Los generales se habían negado a la propuesta de diálogo del en ese entonces presidente, Belisario Betancourt. Por lo que Urán, en su apoyo al mandatario, se convirtió automáticamente en el blanco de los militares (de manera particular, por su antigua relación con la Teología de la Liberación y su negativa en delatar a los Comunistas en aquella huelga).
El día del asalto al Palacio de Justicia, el 6 de Noviembre de 1985, llovía a cántaros en Bogotá y las montañas estaban cubiertas de nubes. Los magistrados consideraban establecer un tratado de extradición con Estados Unidos, a lo que el M19 se opuso. Los camiones se amotinaron dentro del sótano, mientras los guerrilleros disparaban a diestra y siniestra, matando a varios y tomando a 300 personas como rehenes, entre ellas, 44 jueces. En ese momento, nadie sabía del paradero de Urán.
"Estaba muy presionado ese día", dice Ana. "Habían 120 casos de abusos a los derechos humanos de los militares en su agenda".
La milicia colombiana, sin entrenamiento ni preparación para el asalto, irrumpió súbitamente en el edificio, con vehículos blindados y ametralladoras ardientes, dando inicio a un baño de sangre. Murieron 48 soldados y 35 comunistas. Otra docena simplemente desapareció. Se quemaron miles de récords criminales, incluyendo los relacionados al mayor narcotraficante de todos los tiempos, Escobar.
El rol de Escobar en el ataque (representado en "Narcos", la nueva serie de Netflix y en Before the Fire, película colombiana a estrenarse próximamente) no está del todo claro. Sin embargo, la periodista Virginia Vallejo, amante del capo por aquellos días y quien luego se marchó a Miami, asegura que Escobar financió el ataque de modo que los rebeldes pudieran hurtar sus registros. Cosa que Juan Pablo, el hijo de Escobar confirma, alegando que su padre repartió un millón de dólares.
Del edificio solo quedaron ruinas. Cuerpos esparcidos por todas partes y un pánico comparable al de Nueva York con la caída de las Torres Gemelas en 2001 consumieron Bogotá. Ana recogió a sus niñas en la escuela, pero de Carlos no tuvieron palabra en gran parte del día. Alrededor de las 5:00 P.M. recibieron su llamada, recuerda Anahí, la hija mayor, de trece años en ese entonces. "Me pidió que le pusiera a mamá al teléfono; le dijo que nos cuidara y que la amaba mucho. Hasta ese momento, estaba convencida de que él saldría con vida... El viernes en la tarde, mi madre me dijo que lo habían asesinado".
Próxima semana: Pistas sobre el asesinato de Carlos Urán descascaradas cual cebolla.